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Benejam. TBO. Barcelona (sa.)
Si estudiamos el tema a través de Bruno Bettelhei8, vemos que las diferentes versiones de Caperucita Roja son, más que un cuento de hadas, una recopilación de símbolos y mitos que han perdurado a través de los siglos: el símbolo de la pubertad, el de la inocencia seducida, el de la perversión seductora, el mito de la iniciación, etc.
Y si tomamos los elementos que suelen ser comunes a todas las versiones, podemos pensar que son claras representaciones de las pasiones humanas: la madre representa la cordura y el consejo; el lobo, la maldad y la seducción; la abuela, la impotencia de la vejez; la niña, la inexperiencia y la curiosidad, etc. En cuanto a los lugares en que se desarrolla la acción, también pueden ser considerados simbólicos: el bosque es el mundo y sus peligros (o la sociedad y sus corrupciones), y la casa de la madre es la seguridad, mientras que la casa de la abuela es todo lo contrario.
—26→Pero no todo esto puede ser considerado estable, porque la verdad es que la pequeña protagonista va cambiando, en las diferentes versiones, a través del tiempo. Para verlo más claramente, vamos a estudiar cuatro versiones del tema: las dos primeras van a ser antiguas y tradicionales. Una será la de Perrault y otra la de los Hermanos Grimm. Y las otras dos serán modernas y un tanto revolucionarias: una es norteamericana, del humorista James Thurber, y otra es europea, la de Carmen Martín Gaite.
Vamos a tratar, aquí y ahora, de encontrar los perfiles psicológicos de estas cuatro Caperucitas: la de Perrault, que Iona y Peter Opie consideran la primera (aunque Bruno Bettelheim menciona algunas Caperucitas medievales, y lo mismo hace Jack Zipes), la de los Hermanos Grimm, que, como veremos más adelante, no es si no la versión «hugonote» de la de Perrault; la de James Thurber, americana, moderna, rápida y definitiva, y una curiosa Caperucita actual, la de Carmen Martín Gaite, con base en Manhattan.
PERRAULT. El cuento de Caperucita de Perrault9 se hace notar, entre las demás obras de este autor, por tener un ambiente diferente, ya que los demás cuentos del escritor francés son, en realidad, chismes de corte: se contaban por los pasillos de palacio y saltaban de boca en boca, del paje a la Gran Duquesa, pasando por camareras, doncellas, cocineras y nodrizas. Son unos cuentos que podríamos llamar «de púrpura y oro». Los protagonistas son reyes, o hijos de reyes, como en «La bella durmiente», o «Piel de Asno»; o están relacionados estrechamente con la realeza, como en «Las hadas», o «Cenicienta». «Riquete el del copete», aunque feo y deforme, era de sangre real, y si «Pulgarcito» era el hijo de un leñador, las hijas del ogro se ponían coronas de oro para dormir.
En cambio Caperucita pertenece a una familia de la burguesía. Jean Pierre Collinet10 hace notar que la palabra francesa «chaperon» designa «una banda de terciopelo que las mujeres llevaban sobre el sombrero y que era señal de burguesía».
—27→El cuento empieza diciéndonos que Caperucita era la niña más guapa del pueblo, y en esto se basa Bruno Bettelheim11 para darle un cierto tinte de sexualidad al cuento. En esto y en la sugerencia del lobo de que la niña se desvista para meterse en la cama con él.12 Y el hecho es que la niña se desviste y se acuesta con el lobo; si nos encontramos con un caso de seducción ¿quién intenta seducir a quién? En el grabado de Gustavo Doré de 1870, la niña tiene un gesto de perversa ingenuidad que no resulta precisamente infantil.
Dije antes que durante mucho tiempo se consideró a la Caperucita de Perrault como la primera de la serie, pero esto se refiere sólo a la historia escrita, porque Jack Zipes13 menciona una versión oral de la Alta Edad Media, de donde probablemente sacó Perrault el tema, en que la niña, después de haberse desvestido y acostado, tiene una «urgencia» y quiere salir, y aunque el lobo/abuela le dice que lo haga allí mismo, la niña, muy digna y muy higiénica, se niega. Entonces el lobo le ata una cuerda al tobillo y la deja que salga de la casa y vaya a hacerlo al bosque, advirtiendo a la niña que, si tarda, tirará de la cuerda. Caperucita, naturalmente, se desata y se va.
Ilustración de Gustavo Doré.
—28→Ilustración de Luis Álvarez, de 1926, para la colección Araluce.
Pero la Caperucita de Perrault, «la niña más bonita del pueblo, que no se sorprende cuando el lobo le dice que se desvista y se meta en la cama con él, sí se asombra del aspecto de quien ella cree que es su abuela: ¡qué brazos, qué piernas, qué orejas, qué ojos... y qué boca! Y entonces nos damos cuenta de que no existían las connotaciones sexuales que creía ver Bettelheim, o, por lo menos, no por parte del lobo, que lo que realmente quería era comer. La prueba de que este cuento no fue escrito para ser leído por niños sino para ser contado, la ofrecen las palabras que aparecen al margen de la página en la edición de 1695: «Estas palabras (para comerte mejor) se pronunciarán en voz muy alta para que el niño tenga la sensación de que el lobo se lo va a comer».
En el cuento de Perrault aparecen unos leñadores en el bosque: su vista es lo que le hace al lobo desistir de comerse a la niña allí mismo, y prefiere esperar a que llegue a casa de la abuela. La casa debe encontrarse lejos, porque los leñadores no se enteran del drama.
—29→En la versión medieval de Caperucita aparece un escalofriante detalle, que Perrault no utiliza, y que no vuelve a verse en ninguna de las versiones siguientes: el lobo, después de comerse a la abuela, pone un trozo de carne de ésta en el aparador, y algo de su sangre en una botella, como si fuera vino, y la falsa abuela se lo ofrece a la niña, que, sin recelar nada, come y bebe.
Al final, como es costumbre en Perrault, aparece la moraleja: las niñas, sobre todo si son bonitas, no deben escuchar nunca a los lobos, sobre todo a los mansurrones, que son los peores.
GRIMM. La versión ofrecida por los Hermanos Grimm es conciliadora y doméstica, y no sólo es más larga y con más personajes, sino que tiene una segunda parte. Y en las dos, el lobo sale bastante mal parado. El aire doméstico ya se puede adivinar por el título, «Cuentos de niños y del hogar», por lo que el sentido de «chisme de corte» está totalmente fuera de lugar.
Todo el mundo sabe que los Hermanos Grimm no inventaron ningún cuento, y que ni siquiera eran recopiladores (o, como diríamos hoy, «folkloristas») sino filólogos, y su interés principal estaba en el estudio de la lengua. Bettina Hürlimann14 nos habla de una de las principales informantes de los dos hermanos, Dorothea Viehmann, a quien describe como una «primitiva y silvestre pastora», una criatura de maravillosa memoria, que recordaba hasta los puntos y las comas de los cuentos que, de pequeña, había oído contar a su madre y a su abuela. Esto lo habría convertido en la informante ideal, de no haber sido por el descubrimiento del americano John M. Ellis15 y por los estudios de Heinz Röllecke en 1977, que demuestran que por lo menos dos de las informantes, la citada Dorothea Viehmann y una tal Marie Müller, no eran tales pastoras sino mujeres de una cierta cultura pertenecientes a la clase media, y, además, de origen francés. John M. Ellis insiste en que, concretamente Dorothea Viehmann, por ser de ascendencia hugonote, no tenía el alemán, sino el francés, como lengua materna.
La Caperucita de los Hermanos Grimm se basa, por tanto, en la de Perrault, pero ya ha sido «germanizada», «domesticada», y —30→ enormemente dulcificada a través de los casi dos siglos que las separan16. En ninguna de las dos versiones aparece la figura del padre, lo que aparentemente deja a la niña sin defensa ante los peligros del mundo/bosque, pero en la versión de Grimm, por lo menos, están las advertencias de la madre al principio, y al final aparece un oportuno cazador que salva tanto a la abuela como a la nieta, rajándole la tripa al lobo.
Es en la versión de los Hermanos Grimm donde el lobo se viste con el camisón y el gorro de dormir de la abuela, después de habérsela comido. En la versión de Perrault, la niña se mete en la cama con un lobo sin disfrazar, y por eso sus preguntas son más numerosas: las piernas, los brazos, el pelo... le extraña todo lo que ve y que no le recuerda nada a una abuela tradicional. En cambio, la Caperucita de Grimm sólo pregunta por el tamaño de las facciones, que presumiblemente es lo único que puede alcanzar a ver debajo del gorro de dormir: los ojos, las orejas, la nariz... y los dientes.
La versión de Grimm tiene además una segunda parte, de profundo interés didáctico, como dando a entender que de la experiencia se pueden sacar enseñanzas provechosas. Naturalmente, esta vez Caperucita no se deja engañar, ni la abuela tampoco, y entre las dos consiguen acabar con el lobo. Hemos pasado revista a dos Caperucitas que podríamos llamar antiguas, o, para utilizar la expresión de Perrault, «du temps passé». Y ahora vamos a ver las circunstancias y las reacciones de dos Caperucitas modernas.
JAMES THURBER,17 el americano, es escueto, definido, y directo: menciona, en correcta sucesión, personajes, circunstancias, hechos, y desenlaces. Utiliza el esquema tradicional, más antiguo y con menos florituras, es decir, el de Perrault, e incluso a éste le quita detalles: no sabemos si la niña es fea o guapa, si la abuela está enferma o no, ni si las intenciones del lobo para con la niña son buenas o malas. Sin embargo, emplea la táctica de los Grimm de vestir al lobo con el camisón y el gorro de dormir de la abuela, que Perrault no menciona, y lo —31→ hace como prueba de que la presunta agudeza del lobo para engañar a la niña, con esta Caperucita no le sirve para nada, ya que, como muy bien se dice en este cuento, «aunque un lobo se ponga camisón y gorro de dormir, se parece tanto a una abuela como el león de la Metro al Presidente Calvin Coolidge».
No está muy claro en el cuento qué es lo que le pone tan furiosa a la niña cuando ve al lobo en la cama, si la certeza de que se ha comido a la abuela, o la presunción de querer engañar a Caperucita con el disfraz. Por eso en esta versión no hay extrañeza, ni preguntas, ni nada. La niña, decidida y rápida, saca del canasto un revólver y mata con él al lobo. Y es que, como dice el autor al final, en una moraleja muy al estilo de Perrault:
«Hoy en día no es tan fácil engañar a las niñas como lo era antes».
La caperucita de CARMEN MARTÍN GAITE18 vive en Nueva York. Al contrario de las Caperucitas de Perrault, Grimm y Thurber, es una niña dulce, feliz, y llena de fantasía; tiene padre y madre y un nombre: se llama Sara Allen.
Carmen Martín Gaite no presenta un cuento corto (mejor dicho, cortísimo), como el de Thurber, sino un libro completo, y en él nos habla, no sólo del resto de la familia de Caperucita, sino de todas las personas, y los sitios, y las cosas, que han ido formando la vida, y el carácter, de esta niña.
El capítulo clave del libro es el undécimo, que se titula «Caperucita en Central Park», y es donde se condensan todos los elementos del cuento tradicional de Caperucita Roja.
Sara no tiene caperuza, pero lleva un impermeable rojo y una cesta al brazo, y no es un lobo el que le sale al encuentro, en el Central Park neoyorquino que bien puede considerarse un bosque urbano, sino un industrial, millonario por más señas, que resulta ser un señor encantador y que lo único que tiene en común con el perverso personaje del cuento es que se llama Woolf de apellido. Y que no viene a comerse a la niña, sino a proporcionarle una gran fortuna a cambio de la receta de la tarta de fresa que lleva —32→ en la cesta. Porque, naturalmente, la cesta que lleva la niña tiene dentro una tarta de fresa para la abuelita. Y el señor Woolf tampoco se quiere comer a la abuelita, nada de eso: quiere conocerla porque ella era una cantante muy famosa cuando él era un chiquillo, y se escapaba a oírla siempre que podía.
Sara Allen es una niña muy segura de sí misma, y su bosque no es el lugar lleno de peligros que era para sus antepasadas. Pero tampoco ella es la niña agresiva de James Thurber.
Carmen Martín Gaite nos da, a través de su Caperucita, un mensaje de ternura y de esperanza, de fe en los sueños y en las aventuras extrañas pero maravillosas que a veces suceden en la vida, y en las personas maravillosas pero extrañas que a veces se encuentran en el bosque/Central Park, y que sólo hay que tener los ojos limpios para poderlas reconocer.